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Our Blood & Guts: Hoja de Sala

Mal que nos pese, todo tiene su tiempo, un llamado a la muerte, ecos de cuyas resonancias fueron forjadas civilizaciones y culturas. Así, esta exposición transita a través de diversas temporalidades: el tiempo geológico, el tiempo de una inteligencia constructora... También el tiempo de la ruina, un mañana o un ayer, como se quiera, donde esa inteligencia ya es pasado, fue y no es otra ahora que sus restos. Tiempo mayúsculo del recuerdo. Tiempo de duelo y tiempo de olvido. Tiempo de la barbarie, del perdón y la vergüenza. Tiempo inexacto, inservible o no, de los deseos, de las esperas, del entreacto. Tiempo a su vez de las contradicciones, del error, del dolor, de la concatenación de los finales, de la franca imposibilidad.

Con todo, en Our Blood and Guts ("nuestra sangre y vísceras") el tiempo es también y sobre todo un paisaje, un escenario, en el que aparece dibujada la planta de una arquitectura mnemónica, a modo de proyecto. Pues el artista partió de la siguiente premisa: un familiar desaparece sin dejar rastro, repentinamente. A efectos legales, solo se le considerará fallecido al término de unos plazos establecidos. Para la familia y los allegados, ese tiempo es, de algún modo, un no-tiempo, que a la vez que imposibilita el duelo, fuerza una re-escritura muy determinada de la memo-ria, un texto, por lo pronto, improvisado e intermitente, que renuncia de antemano a establecerse en la firmeza de los relatos acabados, a construirse como edificio consolidado, pese a las imposiciones de la rutina.
En ese territorio Iván Gómez sitúa objetos e imágenes alrededor de ciertas figuras: a raíz del hallaz-go de una nube en la base de un cráter lunar denominado Teeteto, (puesto en relación con el diálogo de Platón del mismo nombre sobre la huella y la persistencia del conocimiento en la experiencia y en la memoria) "Our Blood and Guts" incide en el carácter nebuloso y opaco de estos procesos, de los cuales la Noche y la Niebla son como en el terrible decreto nazi para la desaparición y la deportación forzada de personas, las prácticas propias de una civilización posthumana, el aspecto puramente formal de la Ley elevada a la enésima potencia, como en "El Proceso", de Kafka, al que la exposición también alude.
Una indiferencia perniciosa vaga como un fantasma por entre los anaqueles y las vitrinas de los grandes museos de la modernidad. Ya se trate de la sección de rocas plutónicas, geología de cuaternario, vasijas de la dinastía Ming, canoas de los Onas de la Tierra del Fuego, una colección de monedas Carlos III o un león disecado del siglo XVIII, ajustado el tiempo de cada objeto a su referencia en la ficha oportuna, irreversiblemente mudo y mudado queda en cambio aquel que fuera su tiempo, que se agita en frecuencias de existencia imposibles de retener desde la catalogación y el archivo. Esa indiferencia merodea, como el fantasma, en un no tiempo, pero presenta siempre el rostro de un rastro, de una memoria. Lo propio entonces aparenta ser la indiscernibilidad entre archivo y memoria, de tal modo que uno cuando observa los animales disecados en el Museum für Naturkunde de Berlín, por poner un ejemplo, se ve emplazado a englobarlos en un tiempo determinado, al auxilio del cual, con tal de que ciertas historias prevalezcan sobre otras, acudirán quienes pueden hacerlo con la autoridad del registro ordenado y del control exhaustivo, y la solvencia que les otorga el carácter hegemónico de su construcción cultural, que no admite disenso. Fuegos fatuos. Hasta las costuras en cualquiera de esos animales disecados saben que el tiempo en el que flotan indiferentemente es solo el de una representación encarada a una inquietante eternidad, de la que nunca llegarán a formar parte: ni les aguarda ni les corresponde.
Pablo Marte.

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19/10 - 07/11/2012