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Il gattopardo

"Nosotros somos leopardos y leones, quienes tomarán nuestro lugar serán hienas y chacales. Pero los leones, leopardos y ovejas seguiremos considerándonos como la sal de la tierra." Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina.

Es inquietante – y descorazonador - descubrir como una película (al igual que el texto en el que está basada) de mediados del siglo XX, inspirada en hechos acontecidos a mediados del XIX, se proyecta sobre el ahora – sea cual sea ese, este ahora -. Como toda obra excepcional, trasciende al medio, proyectándose sobre los acontecimientos mundanos para convertirse en una suerte de sombra cínica y macabra, que nos sonrie desde el fondo de la habitación con esa expresión de te-lo-dije.

El filme narra los últimos años de vida de Don Fabrizio Corbera, Principe de Salina, aristócrata que asiste al final de una época: la reunificación italiana desplaza al antiguo régimen al olvido, al amanecer de la muerte de la nobleza y su mundo de esplendor y decadencia, desplazada por los políticos y la burguesía, una nueva clase repleta de advenedizos, trepas y vulgares oportunistas. Políticos que tras sus fachadas, buenas intenciones y buenas palabras, prueban suerte en el juego de las sillas del poder político para que, al final, cuando se acabe la música ganen los de siempre. "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie" que le dice Tancredi (Alain Delon) a Fabrizio ( Burt Lancaster).

Visconti nos traslada a una Sicilia pesada, calurosa, inmóvil y pesimista. Un tiempo donde todo va demasiado rápido para no ir a ninguna parte. Un presente que el protagonista (y el espectador) ni comprende ni le interesa. Mientras pueda, mientras duré, seguirán los salones de baile llenos, las comidas familiares, las partidas de caza con los viejos amigos, las recepciones diplomáticas. Se oyen disparos al fondo de la calle. No importa, sigamos bailando este vals.

La cinta es la mejor obra del autor fuera del neorealismo, con todos los aciertos y defectos de las películas italianas de la época. Excelente interpretación de Lancaster (pese a estar redoblado), brillante puesta en escena y dirigida con mano firme, aunque un tanto clásica – si bien el tema lo pide y lo permite -.

Imprescindible.

 

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