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El odio a la música: Diez pequeños tratados sobre música

Conocí a Pascal en Argentina, por casualidad, cuando ambos deambulábamos perdidos por el maravilloso Ateneo. Fue un flechazo. Lo reconozco sin pudor. A la vista primero y acto seguido, al oído. Envidio a las personas que son capaces de decir tanto con tan poco; a esas que con palabras mudas, carentes de sonido, silenciosamente, producen tanto ruido como para taparte los oídos; a esas que tienen la habilidad de convertir en agudo lo que aparentemente es grave.

Regresé de Argentina, pero la distancia no me alejó de Pascal.

Con el paso de los años, he ido aprendiendo cada vez más durante las horas transcurridas en su compañía, que no han sido pocas. Durante todo ese tiempo me ha contado muchas cosas inconfesables. Una vez, me dió la lección de música (Ed. Funambulista, 2012) y comencé a comprender su universo interior. Cuando a través de nuestra amiga común Carmen, me presentó a su íntimo  colega Butes (Sexto Piso, 2011), me confesó su debilidad más crucial. Me explicó los amores y los odios de su niñez y me dejó con el nombre en la punta de la lengua (Arena libros, 2012). Para entonces ya me tenía completamente enamorado. He reconocido desde la primera palabra que lo mío fue un flechazo a ciegas. Me cautivó al presentarse e intentar hacerme comprender que odiaba la música. Cuidado con la música, me dijo Pascal, tranquilamente, sin ningún aspaviento, aun sabiendo que nada más oírlo yo iba a montar en cólera, como cuando un viejo amigo te dice que te andes con cuidado con esa persona a la que acabas de conocer y que te tiene fascinado. El me regaló unos de los consejos más prácticos que me han dado nunca. Desde entonces le he recordado todas las mañanas del mundo (Espasa, 2008).

Una vez me declaró que no quiere música en su funeral. Nada de música, ni antes, ni durante, ni después de la incineración. Solo quien calla se despedirá de mí.

Ocurrió hace aproximadamente diez años. Pascal me clavó una flecha en el oído, una flecha que se me metió por el mismo sitio por donde me introducen las músicas los gusanos.

Y como en todas las buenas historias de amor, la herida todavía sangra.

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Pascal Quignard (Andres Bello, 1999)

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