En este encuentro que nos convoca al interior del «Cuerpo sin Órganos», no tenemos más remedio que salirnos por la tangente, como la transpiración que se eleva de la piel, pues los caminos están ya muy marcados, incluso en el cruce de diversos campos del saber; "salir de la tanjente" bien puede consistir en dar una patada, pronunciar un exabrupto, provocar un corte, pegar una palmada... para desperezarnos y poder así mirar un lugar, fijar la mirada en un punto que nos reclama, aunque luego salte la mirada a otros puntos de intensidad que se deriven de una mirada primera (de una proto-mirada, si se quiere): para mirar a un lugar, y que tal lugar a su vez contemple nuestro mirar abarcándonos en su pantalla, es necesario mirar desde un lugar, en el momento mismo en que la mirada fabrica ese lugar, esos dos lugares mínimos, es decir, tanto el lugar al que se mira como el lugar del que se mira)... pero ¿disponemos de ojos para mirar? y, ¿estamos dotados de un cuerpo que sustente unos ojos, una óptica operativa eficaz? Se padece, se goza, se desea, incluso se disfruta, o sea, se existe, siempre con el cuerpo, y nunca sin el cuerpo. Llegados a este punto, viene bien una sonrisa... una sonrisa como la del gato Chesire.
Cuando el cuerpo del gato Chesire ya no está presente ante la mirada de Alicia, y su sonrisa persiste, se sostiene sola asombrosamente como Acontecimiento de lo que aparece... ¿es aún una parte fantasmática, un resto, de su cuerpo sin Figura, o se trata de un órgano que persiste en aparecer por sí mismo en tanto Figura aún sin pertenecer a una Estructura?: en este país de las maravillas que es el Arte, asistimos, como Alicia, a una diseminación de órganos que ya, ni siquiera buscan un cuerpo que les de Sentido (como seis actores a la búsqueda de un director, o como el metal líquido desparramado que deseaba reconstruirse en su cuerpo-máquina, en Terminator-II), sino que, encima, reivindican —prestigio epocal— su inutilidad en tanto que enemigos de todo cuerpo (Antonin Artaud); echemos, pues, una mirada a este vacío de espesor indefinido, que puede ser de una micra o de años luz («trabajo en ese espacio que media entre la piel y el tejido», decía Balenciaga), interregno de la interfaz, vale decir, de la leve membrana que hace articular (asociando y/o disociando) lo fenoménico de un hardware orgánico (objetos parciales, trozos de carne) con lo figural de un software corporal (totalidad formalizada, semblantes reconocibles); nos manejamos —no sin incomodidad— en el desajuste entre conectar/desconectar, unir/desunir: «esta unidad es siempre ideal, puesto que, si analizamos el cuerpo en cuestión, sólo encontramos partes materiales, no lo que las mantiene unidas. La Unicidad de un organismo se nos escurre entre los dedos» (Slavoj Zizek).
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