El secreto de la fascinación que ejercen las marionetas reside en el funcionamiento mecánico de un cuerpo en suspenso, y en la similitud que tienen sus movimientos con los que nosotros interpretamos. ¿Pero existe algo más preciso que los gestos que hace en el aire el ahorcado para explicar esa semejanza? ¿Será una simple extravagancia o una coincidencia el que la primera vez que le pidieron al dibujante y poeta Ugo Fleres que ilustrara Pinocho lo representara en la horca?
Sin duda, el cuerpo colgado, suspendido, ha sido una imagen repetida durante siglos, y así ha quedado plasmado en diversas canciones, ritos y relatos; desde la balada de los ahorcados de François Villon hasta la ingente iconografia que la revolucion francesa genero, abundan los ejemplos. Al iniciar un recorrido por las imágenes de Pinocho recogidas en este libro, probablemente los dibujos del cuento que resultaran más atractivos seran aquellos crudos, realistas, que hacen uso del blanco y negro. Los que corresponden al periodo en el que Pinocho, antes de convertirse en el símbolo de toda Italia, no era más que un ser originario de un pueblo agrícola de la Toscana. En este sentido funcionan las ilustraciones del relato proporcionadas por Enrico Mazzanti y Carlo Chiostri. En las láminas compuestas por estos dos autores podemos encontrar resonancias del gran Grandeville. Otros elementos nos recuerdan los bocetos que Daumier dedicó a "los abogados": por ejemplo, esas siluetas sueltas y rápidas que conforman la viñeta del mono-juez o el carabineri quelleva a Pinocho agarrado de la nariz. Esta última, es la imagen más significativa de toda la colección que reproduce el libro, especialmente por la destreza de la composición.
En el texto introductorio a la publicación se recogen las palabras escritas por Antonio Gramsci en una carta desde la cárcel sobre las ilustraciones realizadas por Attilio Mussino; los pomposos dibujos en color, sustitutos del blanco y negro, consiguieron apenar la imaginación del pensador. Una transformación acorde con la época y en la que el ambiente del cuento va sufrir modificaciones en favor de los gustos urbanísticos y de indumentaria de la burguesía del Piamonte.
No podríamos acabar esta recomendación sin citar aquel prólogo que la editorial Alianza encargó a Rafael Sánchez Ferlosio en 1972 para la edición del cuento. En el, Ferlosio arremete contra el empeño por crear un lenguaje adaptado a los niños. Comparando la iniciativa con las lenguas impuestas a los colonizados, nos advierte de los desastrosos efectos que provoca en la imaginación. Y añade que, en el caso de Pinocho, la intención moral acaba truncando las leyes de la propia narración. Chesterton decía que la lección de los cuentos para los niños es algo resbaladizo, "como el agua sobre el plumaje de un pato", pero al ponernos delante de una colección de imágenes y dibujos, resulta imprescindible pensar cuál ha sido la función de la ilustración -y en general de la imagen- en esa traición formal a la que hace referencia Ferlosio. Hasta qué punto las imágenes se han apropiado de la enseñanza moral o, por el contrario nos llevan a la faceta material del relato -al mundo que surge de unos ojos de madera.